Uno de los grandes artistas de finales del siglo XX, Mateo Vilagrasa, preparaba su gran última exposición, intentando reivindicar de una vez por todas, el sentido de su obra. Después de sufrir un accidente que lo deja tetrapléjico en el año 2006, Vilagrasa se entrega en cuerpo y alma en el entendimiento y la reflexión de su obra, la cual contempla y ordena, incapaz de pintar nunca más, a través de un ordenador. Mientras, sentado en una silla, sigue reflexionando en qué han significado para él sus pinturas, filosofa y medita sobre el sentido de la vida, del arte, de la verdad y de la soledad.